La pedagogía crítica es una corriente pedagógica, una filosofía de la educación y un movimiento social que desarrolló y aplicó conceptos provenientes de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt y tradiciones relacionadas, hacia el campo de la educación y el estudio de la cultura.1
La
pedagogía crítica, al contrario que la Educación
bancaria, rechaza la idea de
que el conocimiento es políticamente neutral y argumenta que la enseñanza es un acto
inherentemente político, ya sea que el maestro lo reconozca o no. Por lo
tanto, las cuestiones de justicia social y democracia no son distintas de los actos de enseñanza y aprendizaje2. El objetivo de la pedagogía crítica es la emancipación de la opresión a través del despertar de la conciencia
crítica, basada en el término portugués conscientização. Cuando se
logra, la conciencia crítica alienta a los individuos a efectuar el cambio en
su mundo a través de la crítica social y la acción política.
La
pedagogía crítica fue fundada por el filósofo y pedagogo brasileño Paulo Freire3, quien la promovió a través de su libro de
1968, Pedagogía
del oprimido. Posteriormente se
extendió internacionalmente, incorporando elementos de otros campos como la
teoría posmoderna, la teoría
feminista, la teoría poscolonial y la teoría queer. Según Saviani, las pedagogías críticas se entienden
a partir del criterio de criticidad: esto es, serán teorías críticas aquellas
que puedan percibir los condicionantes objetivos que atraviesan a la educación.
De allí, el autor trabaja con las Teorías Críticas Reproductivistas4 (tales como la de violencia
simbólica de Bourdieu y Passeron como la de
Aparato Ideológico del Estado de Althusser).
Henry
Giroux hace una observación a la enseñanza
tradicional, más específicamente a la lectura y la escritura, la cual ha estado dominada por procesos que la han
convertido en una pedagogía puramente procesual y de miras estrechas Así,
Giroux plantea que la enseñanza de las ciencias sociales refleja un malentendido pedagógico por parte de
los educadores, dado que los estudiantes reciben una exposición sistemática de
temas y acontecimientos seleccionados de la historia y la cultura humana, lo
cual no los aleja de la percepción conductista de estudiante como tabula rasa o
vasija vacía11.
Es a esta
pedagogía alienante a la que Paulo Freire también le hace una serie de críticas y la
cataloga como la “pedagogía de la percepción sin tacha”,12 la cual está en favor de la objetividad y la
universalización de las formas no dialécticas de ver el mundo. Ambos pensadores
concluyen que esta pedagogía de miras estrechas ocasiona una deshumanización de las personas al infundir en ellas el miedo a
pensar críticamente, o peor aún llevándolas a la inhabilidad de hacerlo.
Para
Freire, la educación debe abarcar una comprensión diversa e incluyente del
mundo, lo cual no implica que ésta sea neutra ni que complazca a todos aquellos
que tengan una opinión sobre ella, por el contrario, esta noción de diversidad
e inclusión hace que en la educación se sostenga un diálogo con los puntos de
vista divergentes y que a través de esta tolerancia de seres desemejantes se
cree la democracia, dentro de la que se compartan y construyan pensamientos y
opiniones cargados de emociones y saberes diferentes que enriquezcan el saber
pedagógico.[cita requerida]
De igual
manera, Freire hace un llamado a “la unión de la diversidad”,13 en el sentido de dejar de lado el espacio que
separa a un grupo social y étnico de otro. Freire reconoce la existencia de las
diferencias interculturales definidas por clase, raza, género y nacionalidad,
las cuales generan dos tipos de ideologías: de discriminación por parte de los
dominantes y de resistencia por parte de los dominados, por lo que apela a la
reducción de esta brecha entre y así a la tolerancia y respeto de la
subjetividad.